El fútbol
está lleno de contrastes, se puede pasar de ser el héroe a ser el villano en
noventa minutos, a veces en mucho menos, una mala tarde puede influir
directamente en el rendimiento de un futbolista para fechas próximas.
Cuando se
pierde la confianza tras una mala actuación es muy difícil estar concentrado
durante los próximos días, semanas e inclusive meses, muchas veces esa
desconfianza se convierte en miedo, miedo de recibir el balón, miedo de
encarar, miedo de pasar, miedo de jugar.
Todos los
futbolistas sienten miedo, solo que a veces el machismo no les permite
reflejarlo. El arquero ve al delantero invencible, y el artillero ve el arco
pequeño. ¿Quién no tendría miedo a fallar ante 110´ 000 espectadores?
En este
deporte se nos ha enseñado que “el que perdona pierde” y que “gol fallado es
gol en contra”, es imposible no temer ante una situación como esa, donde una
milésima de segundo puedo hacer la diferencia entre llegar al balón o no
llegar, y solo un par de centímetros en el golpeó del esférico pueden causar
tanto el orgasmo de la barra brava como el resultar con un neumático ponchado
durante el entrenamiento.
Durante un
partido, no hay nada más seductor que el chillido generado por el contacto
entre la bola y el poste, en un pequeño beso se unen, para separarse
inmediatamente, con un futuro incierto, el graderío sorprendido ante tal
muestra de afecto y grita eufóricamente.
El DT
arroja su saco y se sale del área técnica, el cuarto oficial lo advierte, pero
la frustración lo rebasa, es echado del campo y observa el resto del partido
junto al dueño del balón, el respetable, quién vive, llora, ama y ríe, la afición.
Por: Dante García.
@dantemiliano